Un escultor se sienta en su taburete, con las mangas enrolladas. Se extiende la mano y se afianza del barro, frío, pasivo y sin forma. En el torno, él gira y le da forma al barro, elaborándolo según lo que existe en su ojo mental. Está en control total, experto en su arte. Es el señor del barro, y el producto es completamente suyo.
Todos los escultores humanos no son más que una imagen borrosa, una sombra, de Dios. El es el Escultor Supremo, haciendo los mundos, formándolos según el patrón y uso para que él los ha predeterminado. La Escritura confirma lo que la naturaleza enseña: Dios es soberano, obrando su absoluta voluntad.
Esto se extiende no sólo a la tierra inanimada o al reino animal, porque Dios es también el Escultor del hombre. Tiene un propósito predeterminado para sí, un propósito tal como le gusta. Ahora, mirando los escombros de la historia humana, puede parecer que el propósito ha fracasado. Satanás secuestró el proyecto humano, y Adány Eva quedaron arruinados. Claro está. Pero en el análisis final la voluntad de Dios no puede ser frustrada. Si fuera posible, lo degradaríamos a Dios. Despojado de la omnipotencia, él viviría no como el Formador, sino como el formado. ¡Pero Dios es Dios! “El ha hecho todo lo que le ha gustado.” Adán y Eva, complícitos con el Diablo, abusaron de su libre albedrío, y nosotros en ellos. Además, como sus descendientes, les seguimos. Pero esto no lo sorprendió a Dios. Dios ya desde la eternidad pasada determinó que el hombre cayera en el pecado y la miseria, y hasta esto cumpliría su propósito. “Conocidas de Dios son todas sus obras desde la fundación del mundo.”
Y desde antes de todo tiempo, Dios escogió del barro de la humanidad cierto número de hombres y mujeres todavía no nacidos y no existentes. El determinó formarlos y no otros en vasijas sobre las cuales derramaría merced y gloria eterna. Luego Dios también escogió soberanamente que lo demás de la humanidad fuera designado para la ruina eterna por sus pecados concretos. La vida eterna y la muerte eterna . . . éstas Dios nos las presenta como los dos destinos invisibles para las cuales este mundo no es más que una breve preparación. Algunos irán al cielo, mientras que otros serán hundidos en el infierno. ¿Y por qué? Porque Dios es el Escultor Supremo. Es el Determinador de todo. O, en breve, porque Dios es Dios. “Toda obra del Señor tiene un propósito; ¡hasta el malvado fue hecho para el día del desastre!”
Esto los ofende mucho a los hombres pecaminosos. Pablo, anticipando esta protesta, escribió, “Respondo: ¿Quién eres tú para pedirle cuentas a Dios? ‘¿Acaso le dirá la olla de barro al que la modeló: “¿Por qué me hiciste así?”’ ¿No tiene derecho el alfarero de hacer del mismo barro unas vasijas para usos especiales y otras para fines ordinarios? ¿Y qué si Dios, queriendo mostrar su ira y dar a conocer su poder, soportó con mucha paciencia a los que eran objeto de su castigo y estaban destinados a la destrucción? ¿Qué si lo hizo para dar a conocer sus gloriosas riquezas a los que eran objeto a su misericordia, y a quienes de antemano preparó para esa gloria? Esos somos nosotros, a quienes Dios llamó no sólo de entre los judíos sino también de entre los gentiles.”
Ciertamente podemos apretar los dientes, agitar el puño y protestar hasta el último grado. Pero Dios es Dios. El hace lo que le gusta. “Muchos son los invitados, pero pocos los escogidos.” “Tengo clemendia de quien quiero tenerla, y soy compasivo con quien quiero serlo.” ” . . . predestinados según el plan de aquél que hace todas las cosas conforme al designio de su voluntad.”
Si usted se enoja ante esto, usted está en peligro. La voluntad de Dios es irresistible. Usted puede echarle la culpa a Dios, pero Dios queda sin culpa. Todos sabemos que Dios no nos hace pecar; no lo hace nadie. Pero usted lucha contra Dios sin ser forzado; usted camina por la ancha senda a la destrucción por su propio libre albedrío.
Pero así como el sol ablanda algunas materias y endurece otras, Dios puede tomar esta doctrina solemne de la predestinación y emplearla para efectuar una respuesta muy distinta. El Señor está siempre ante su banco de trabajo. El usa varias herramientas para su propósito. Y hasta esta herramienta, con sus filas agudas, dentadas, está a su disposición. Quizás aun ahora él está haciéndole a usted humilde. Quizás aun ahora está infundiendo temor y ansiedad espiritual. Quizás hasta ahora usted nunca haya pensado en su destino eterno, y mucho menos la perspectiva horrible del infierno. Pero quizás ahora está pensando en ello. Y ahora usted debe ser salvado.
Clame a Dios. Invoque su nombre. Y haga mano de ese único nombre que él ha otorgado entre los hombres mediante el cual pueden ser salvados, el nombre de Jesucristo.