The Church’s duty to teach election

As the doctrine of divine election by the most wise counsel of God was declared by the prophets, by Christ Himself, and by the apostles, and is clearly revealed in the Scriptures, both of the Old and New Testament, so it is still to be published in due time and place in the Church of God, for which it was peculiarly designed, provided it be done with reverence, in the spirit of discretion and piety, for the glory of God’s most holy Name, and for enlivening and comforting His people, without vainly attempting to investigate the secret ways of the Most High. “For I have not shunned to declare unto you all the counsel of God” (Acts 20:27); “O the depth of the riches both of the wisdom and knowledge of God! how unsearchable are His judgments, and His ways past finding out! For who hath known the mind of the Lord? or who hath been His counsellor?” (Rom. 11:33–34); “For I say, through the grace given unto me, to every man that is among you, not to think of himself more highly than he ought to think; but to think soberly, according as God hath dealt to every man the measure of faith” (Rom. 12:3); “Wherein God, willing more abundantly to shew unto the heirs of promise the immutability of His counsel, confirmed it by an oath: that by two immutable things, in which it was impossible for God to lie, we might have a strong consolation, who have fled for refuge to lay hold upon the hope set before us” (Heb. 6:17–18)

The Canons of Dort (1619), 1.14

Los Cánones de Dort (1619), 1.1-3


CAPÍTULO PRIMERO

DE LA DOCTRINA DE LA ELECCIÓN DIVINA Y LA REPROBACIÓN.

Enseñanza sobre la predestinación divina, la cual el Sínodo declara que es conforme a la Palabra de Dios, aceptada hasta ahora por las Iglesias reformadas y presentada en varios artículos.

ARTÍCULO I.

Puesto que todos los hombres han pecado en Adán y se han hecho reos de maldición y muerte eterna, Dios no habría hecho injusticia a nadie si hubiese querido dejar a todo el género humano en el pecado y en la maldición, y condenarlo a causa del pecado, según estas expresiones del Apóstol: “para que toda boca se calle y todo el mundo sea hecho responsable ante Dios”; “ por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios” (Romanos 3:19,23); y, “porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).

ARTÍCULO II.

Pero en esto se manifestó el amor de Dios: en que Dios ha enviado a su Hijo unigénito al mundo, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (1 Juan 4:9Juan 3:16).

ARTÍCULO III.

A fin de que los hombres sean traídos a la fe, Dios, en su misericordia, envía mensajeros de esta buena nueva a quienes le place y cuando le place, por cuyo ministerio los hombres son llamados al arrepentimiento y a la fe en el Cristo crucificado. “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?” (Romanos 10:1415).

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Los Cánones de Dort (1619), 1.8-11

ARTÍCULO VIII.

La elección de todos aquellos que se salvan no es múltiple, sino una sola y la misma, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, pues la Escritura enseña que el beneplácito, el propósito y el consejo de la voluntad de Dios es uno, según el cual nos escogió desde la eternidad tanto para la gracia, como para la gloria, así para la salvación, como para el camino de la salvación, “las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas” (Efesios 1:4-5 y 2:10).

ARTÍCULO IX.

Esta elección fue hecha, no en virtud de previsión de la fe,la obediencia de la fe, la santidad ni ninguna otra buena cualidad o disposición, como causa o condición, previamente requeridas en el hombre que habría de ser elegido, sino para la fe y la obediencia de la fe, para la santidad, etc. Por lo tanto, la elección es la fuente de todo bien salvífico de la cual proceden la fe, la santidad y otros dones salvíficos y, finalmente, la vida eterna misma, conforme al testimonio del Apóstol: “según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, (no porque éramos, sino) para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él” (Efesios 1:4).

ARTÍCULO X.

La causa de esta misericordiosa elección es únicamente el beneplácito de Dios, el cual no consiste en que Él escogió como condición de la salvación, de entre todas las posibles condiciones, algunas cualidades o acciones humanas, sino en que Él adoptó como un pueblo especial para Sí a algunas personas determinadas de entre la común muchedumbre de pecadores. Como está escrito “(porque aún cuando los mellizos no habían nacido, y no habían hecho nada, ni bueno ni malo, para que el propósito de Dios conforme a su elección permaneciera, no por las obras, sino por aquel que llama), se le dijo a ella —esto es, a Rebeca—: El mayor servirá al menor. Tal como está escrito: A Jacob amé, pero a Esaú aborrecí” (Romanos 9:11-13); “y creyeron cuantos estaban ordenados a vida eterna” (Hechos 13:48).

ARTÍCULO XI.

Y como Dios mismo es sumamente sabio, inmutable, omnisciente y todopoderoso, así la elección hecha por Él no puede ser anulada ni cambiada ni revocada ni destruida, ni los escogidos pueden ser reprobados ni su número disminuido.

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