
Rom. 6:17 Pero gracias a Dios que, aunque antes eran esclavos del pecado, ya se han sometido de corazón a la enseñanza que les fue transmitida.
Los fundamentos son extremadamente importantes. Una casa sin fundamento seguramente se derrumbará al suelo. Un árbol sin raíces no se mantendrá derecho en una tormenta. Así que nos empeñamos en establecer los fundamentos de la fe cristiana. ¡Edifique su vida sobre estas verdades fundamentales, y su vida estará de pie a través del tiempo y hasta la gloria eterna! Entonces sigamos estudiando las verdades básicas, esenciales de la fe cristiana, para que usted entienda, para que crea, y para que viva feliz para siempre.
Ya que hemos considerado el propósito del hombre, la Biblia, Dios—su naturaleza, su unidad y sus tres personas—su plan básico, además de la creación y la providencia, ahora hemos de enfocarnos en la segunda área de la verdad cristiana fundamental. Esto es lo que llamamos la Caída.
1. La Gran Prueba. Después de que Dios hizo el mundo y todo lo que contiene, y después de que hizo al hombre en su imagen y le otorgó autoridad y poder sobre toda la creación bajo Dios, Dios inmediatamente lo condujo al hombre por una prueba. Dios había hecho al hombre en forma de ser libre. El hombre podía pensar y escoger libremente. Dios quería probar la libertad del hombre, a ver si él se sometería libremente a Dios. Y claro que sabemos que todo lo que seguiría era una parte de aquel plan básico que Dios había establecido desde antes de la creación del mundo. Sí, el hombre saldría mal en esta prueba; pero hasta aquel fracaso serviría un propósito más alto!
En realidad, la gran prueba fue una cosa muy sencillo. Dios lo había colocado al hombre en un paraíso perfecto y le había dado todo lo que podría desear. En Edén, Adán y Eva estaban rodeados de bosques y bosques de árboles, árboles cargados de todas las variedades de frutos deliciosos. Pero un árbol que Dios hizo estaba fuera de los límites. “Pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás” (Gén. 2:17). Así que la prueba comenzó. Sí Adán se hubiera fiado de Dios, y hubiera obedecido, habrá vivido para siempre. Lo opuesto de la muerte es la vida. ¡De manera que, si hubiera salido bien en la prueba, no habría muerto nunca! No habría ninguna tristeza, ningún suspiro, ningún llanto, ningún entierro, ningún camposanto. ¡Oh, no! El paraíso habría sido para siempre. Esta fue una prueba sencilla. Dios trazó una línea en la arena y dijo, “Usted debe respetar mi autoridad. Usted debe fiarse de mi bondad, mi justicia, mi sabiduría y mi autoridad. Soy bueno para usted, pero usted debe respetar los límites que le he impuesto. Usted sigue siendo mi criatura, no importa qué grande lo he hecho. Hónrame y le bendeciré para siempre con la vida eterna. Pero deshónrame y experimentará algo sumamente terrible, sumamente espantoso. Usted experimentará la muerte.”
2. El fracaso, o “La Caída.” Luego Dios dejó que nuestros primeros padres eligieran. El Diablo, el Tentador, se arrastró como serpiente en el jardín. Lo dudó a Dios. Les sugirió a Adán y a Eva que Dios no era bueno, que Dios realmente les negaba algo muchísimo mejor. Si en efecto comieran aquel fruto, se abrirían los ojos y ellos serían super-humanos. Serían como el mismo Dios, conociendo lo bueno y lo malo. Trágicamente, ellos hicieron lo inimaginable. Cruzaron la línea. Se atrevieron a desobedecer. Comieron el fruto prohibido y fracasaron en la prueba. “La mujer vio que el fruto del árbol era bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió. Luego le dio a su esposo, y también él comió. En ese momento se les abrieron los ojos, y tomaron conciencia de su desnudez. Por eso, para cubrirse entretejieron hojas de higuera. Cuando el día comenzó a refrescar, el hombre y la mujer oyeron que Dios el Señor andaba recorriendo el jardín; entonces corrieron a esconderse entre los árboles, para que Dios lo los viera” (Gén. 3:6-8).
3. El pecado. Pero debemos entender que no todos los fracasos son iguales. Yo puedo dejar de aprobarme en un examen de la escuela porque la materia ha sido muy difícil para mí. Puedo dejar de aprobarme en una prueba de salud para hacerme bombero porque no soy suficientement fuerte para hacer trabajo tan duro. Pero puede ser que estas cosas no representen ninguna culpa mía. Esta prueba, sin embargo, fue una prueba moral. Fue una prueba del honor y la integridad del hombre. ¿Obedecería o desobedecería? ¿Sería justo o malvado, soberbio o humilde, reverente o irrespetuoso? Este fracaso en el jardín no fue nada menos que pecado. ¡Esto no es no que Dios quería! “Dios hizo perfecto al género humano pero éste se ha buscado demasiadas complicaciones” (Ecles. 7:29).
¿Pero qué es el pecado? El pecado no es lo que usted o yo decido es bueno o malo. No podemos decidir eso, porque no somos más que criaturas. Los participantes de un juego acatan las reglas del juego, pero no hacen las reglas ni las imponen. Dios es el que define lo que es bueno y lo que es malo. El pecado es cuando el hombre desobedece las leyes de Dios, las leyes que él nos da para regular nuestras vidas ante él. “Todo el que comete pecado quebranta la ley; de hecho, el pecado es transgresión de la ley” (1 Juan 3:4). Cuando no obedecemos la regla de Dios, no importa de qué regla se trata, si una regla temporal como la prueba en el jardín o la regla de oro de amarlo a nuestro prójimo como a nosotros mismos—regla que perdura a través de todo el tiempo—, cualquiera que sea la regla de Dios, debe ser cumplido y nunca quebrantada. ¡Si usted deja de cumplir con la ley o la quebranta intencionalmente, usted se convierte en infractor, violador de la ley—pecador!
4. El Daño de la Caída. A veces nuestras malas decisiones resultan en efectos limitados. Si soy niño y hago algo tonto y me rompo la mano, eso me duele. Me prohibirá escribir tareas o participar en juegos. Pero no les dolerá mucho a otros. Sin embargo, si soy un padre con hijos, y como padre hago algo tonto y me rompo la mano, ahora bien, eso puede dolerlos a otros también. Puede significar que no puedo cumplir con mi trabajo. Y si no puedo cumplir con mi trabajo, no puedo ganar dinero. Y si no gano dinero, no puedo darle de comer a mi familia o pagar el alquiler de mi departamento.
El pecado de Adán no lo impactó sólo a él. Dios le dijo a la primera pareja, “Sean fructíferos y multiplíquense.” Desde el principio, Dios hizo al hombre a reproducirse y tener hijos, y esos hijos debían tener hijos, hasta el fin del tiempo. De veras, Adán fue tentado no sólo como un solo hombre, sino como el representante de toda la humanidad, es decir, todos sus descendientes que todavía habían de nacer. Su fracaso se hizo su fracaso. Como todos los padres, Adán actuó en nombre de sus hijos. Para decirlo sencillamente, la humanidad fue arruinada en Adán. Esta es una lección difícil de comprender, pero la Biblia la enseña claramente. “Una sola transgresión causó la condenación de todos” (Rom. 5:18). Así que en la caída de Adán, todos los hombre cayeron. “Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron” (Rom. 5:12).
Desde una condición de inocencia y vida, la humanidad cayó en un estado de pecado y muerte. Desde aquel punto, la raza humana ha vivido bajo la sombra de la caída de Adán. No podemos comprender las buenas noticias de Jesucristo sin comprender esto. ¡La gran solución sólo puede ser comprendida si hay un gran problema!
5. El Reinado del Pecado. Por medio de la caída, la humanidad vino bajo un nuevo poder. Este fue el poder del pecado. Antes, él había sido tan libre como un pájaro. Fue decepcionado por el Diablo a abusar de su libre voluntad, y al abusar de ella, el hombre se hizo esclavo. El pecado se hizo su dueño, su amo de esclavos. Como un tirano malvado, abusando de su pueblo, así el pecado es un rey malvado controlando toda la humanidad. Ahora el mundo está bajo el dominio, el “reinado,” del pecado.
Este dominio del pecado tiene que ver con varias cosas. Primero, todos los descendientes heredan la culpa de su primer pecado. “Por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores” (Rom. 5:19). Es nuestra deuda familiar heredada. Segundo, todos perdimos nuestra justicia original. Las prendas blancas de la inocencia que poseíamos anteriormente se perdieron para siempre. Ahora quedamos desnudos en nuestra vergüenza. “No hay un solo justo, ni siquiera uno” (Rom. 3:10). Tercero, nuestros corazones se hicieron enfermos y corrompidos por el pecado. Como la comida envenenada, nuestras mejores obras están contaminadas. En efecto, por la naturaleza estamos “muertos en . . . transgresiones y pecados” (Ef. 2:3). No nacemos buenos, sino que nacemos pecaminosos. “Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre” (Salmos 51:5). Sí, aprendemos a imitar el mal ejemplo de otros. Pero nunca fuimos enseñados a mentir, a pelear, o a tener celos o robar. ¡Nacimos con estos impulsos y deseos pecaminosos! ¿Y por qué? Porque “de tal palo tal astilla.” Si Adán fue corrompido, luego sus hijos recibieron su naturaleza corrupta. Esta condición es lo que llamamos “el pecado original.” Arbol malo produce fruto malo.
Nacemos con un corazón malo, hablando espiritualmente. Y es de esta condición del corazón que nacen los pecados concretos. No importa qué males cometemos concretamente contra Dios o nuestro prójimo, sea por nuestros pensamientos, palabras o acciones, ellos surgen de nuestros corazones pecaminosos. “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias. Estas son las cosas que contaminan a la persona, y no el comer sin lavarse las manos” (Mat. 15:19-20).
6. El Reinado de la Muerte. Y porque el pecado reina ahora, la muerte reina ahora. “Todo el que peca merece la muerte” (Ez. 18:20). “La paga del pecado es muerte” (Rom. 6:23). Mediante nuestra caída, la muerte se estableció. Primero, sufrimos la muerte espiritual. Inmediatamente perdimos la comunión con Dios, quien es la verdadera vida. Inmediatamente nos hicimos los objetos de su santa ira, y hasta que seamos salvos, vivimos bajo su maldición. “Como los demás, éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios” (Ef. 2:3). Estamos expuestos a una vida de toda clase de sufrimientos, dolor y miseria. Estos son los lazos de nacimiento de la muerte. Y entonces llega la misma muerte física, el más espantoso y anormal de todos los males de esta vida. ¿Quién puede escaparse de ella? Pero lo que es infinitamente peor, el hombre por su caída está condenado a la muerte eterna. Después de la muerte física viene una muerte que no termina nunca. Esta es una muerte que nunca muere en las llamas del infierno. “Luego dirá [Jesucristo] a los que estén a su izquierda: ‘Apártense de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mat. 25:41).
¡Estas son malas noticias, espantosas noticias de veras! Pero es el cielo oscuro contra el cual el sol del evangelio se levanta en la gloria.