Una hipotética celestial

st_georges_church_graveyard_carrington_greater_manchester“Todo hombre que tiene su esperanza en Cristo, se purifica a sí mismo”. 1 Juan 3: 3. Un sermón de J. C. Ryle (1816-1900)

Suponga por un momento que a usted se le permitiera entrar al cielo sin santidad.  ¿Qué haría?  ¿Cuál sería el  disfrute que usted podría sentir allí?  ¿A cuál de todos los santos usted se uniría y al lado de quién se sentaría?  Sus placeres no son sus placeres, sus gustos no sus gustos, sus caracteres no son su carácter.  ¿Cómo podría usted ser feliz si no ha sido santo en la tierra?

Tal vez ahora usted ama la compañía de los livianos y los descuidados, los mundanos y los codiciosos, el revoltoso y buscador de placeres, el sin dios y el profano.   No habrá ninguno de ellos en el cielo.

Tal vez ahora usted piense que los santos de Dios son muy estrictos y detallistas y serios.  Prefiere evitarlos.  Usted no tiene complacencia en su compañía.   En el cielo no habrá otro tipo de compañía.

Tal vez ahora usted piense que orar, leer las Escrituras, cantar himnos sea aburrido y melancólico y estúpido, algo para tolerar de vez en cuando, pero no para disfrutarlo.   A usted le parece que guardar el sábado es una carga y un cansancio;  usted posiblemente no podría pasar nada más que un pequeño momento adorando a Dios, pero recuerde, que el cielo es un sábado que nunca se termina.  Allí sus habitantes no descansan ni de día ni de noche, diciendo “Santo, santo, santo Señor Dios Todopoderoso”, y cantan alabanzas al Cordero.  ¿Cómo podría un hombre no santificado encontrar placer en ocupaciones como estas?

¿Piensa usted que esa persona tendría gozo en encontrar a David, a Pablo y a Juan, después de llevar una vida haciendo cosas contra las cuales ellos hablaron?  ¿Tomaría el dulce consejo y encontraría que él y ellos han tenido mucho en común?  ¿Piensa usted, por sobre todo, que él se regocijaría al encontrar a Jesús, el Crucificado, cara a cara luego de practicar los pecados por los cuales El murió, después de amar a Sus enemigos y despreciar a Sus amigos?  ¿Podría pararse frente a Él con confianza y unirse al grito “Este es nuestro Dios… el que hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en Su salvación” (Isa. 25.9)?   ¿No piensa usted, más bien, que la lengua de un hombre no santo se pegará a su paladar por la vergüenza y su único deseo será escapar de allí?   El se sentirá extranjero en una tierra que no conoce, una oveja negra en medido del rebaño santo de Cristo.  La voz de los querubines y serafines, el canto de los ángeles y arcángeles, y toda la compañía celestial tendría un lenguaje que no podría entender.   El mismo aire será un aire que él no podría respirar.

No sé lo que los otros puedan pensar pero para mí parece claro que el cielo sería un lugar miserable para un hombre no santo.  No puede ser de otra forma.  Las personas pueden decir vagamente que “esperan ir al cielo” pero no consideran lo que ello significa.  Debe existir una cierta “preparación para la herencia de los santos en la luz”.  Nuestros corazones deben, de alguna forma, estar en sintonía.  Para alcanzar la festividad de la gloria se debe pasar por el entrenamiento escolar de la gracia.  Debemos tener mentes celestiales y gustos celestiales ahora en nuestras vidas,  de otra forma nunca nos encontraremos a nosotros mismos en los cielos en la vida por venir.

Y ahora, antes de que vaya más lejos, déjenme decir unas pocas palabras sobre la forma de practicar. La pregunta más pertinente de formular es esta:  ¿Soy santo?  Le ruego escuche esta pregunta.  ¿Sabe algo de la santidad sobre la cual he estado hablando?

No le estoy preguntando si usted va al templo regularmente, o si ha sido bautizado y ha participado en la Cena del señor, o si usted es llamado cristiano.  Le pregunto algo más que todo eso:  ¿es o no usted santo?

No le pregunto si usted ve la santidad en otros, si a usted le gusta leer sobre la vida de personas santas y habla de cosas santas y si tiene sobre su mesa libros santos, si usted pretende ser santo y espera ser santo algún día.  Voy más allá:  ¿es o no usted santo hoy mismo?

¿Y por qué le pregunto tan directa y enfáticamente esto?  Lo hago porque las Escrituras dicen:  “Sin santidad ningún hombre verá a Dios”.  Está escrito, no es una fantasía, es bíblico, no es mi opinión personal, es la palabra de Dios y no del hombre:  Sin santidad ningún hombre verá a Dios” (Heb. 12:14).

¡Alas, que penetrante y escrutadoras palabras son estas!  ¡Qué pensamientos vienen a mi mente mientras las escribo!  Miro el mundo y veo en él la mayor parte de él mintiendo en perversión.  Observo a los cristianos profesantes y veo a la vasta mayoría no teniendo de cristianos nada más que el nombre.  Me vuelvo a la Biblia y escucho al Espíritu decir:  “Sin santidad ningún hombre verá a Dios”.

Por cierto es un texto que debe hacernos considerar nuestras formas y sondear nuestros corazones.  Por cierto, este debiera generar pensamientos solemnes y disponernos a orar.

Usted podría tratar de evadirme diciendo que siente mucho y piensa mucho sobre estas cosas:  más allá de lo que muchos pueden suponer.  Yo le respondo:  “Este no es el punto.  Las pobres almas perdidas en el infierno hacen lo mismo.  La gran pregunta no es lo que usted piensa, o lo que siente, sino lo que hace”.

Usted podría decir que nunca se pretendió que todos los cristianos debían ser santos y que la santidad, como yo la he descrito, es sólo para grandes santos y personas con dones privilegiados.  Mi respuesta:  “Eso no lo veo en las Escrituras.  Lo que leo es que cada hombre que tiene esperanza en Cristo se purifica a sí mismo (1 Jn 3:3).   “Sin santidad ningún hombre verá a Dios”.

Usted podría decir:   es incompatible ser santo y cumplir simultáneamente con nuestros deberes securales, eso no se puede hacer.  Le contesto:  “Está confundido”.  Puede hacerse, con Cristo a su lado nada es imposible.  Muchos lo han hecho.  David y Abdías, y Daniel y los sirvientes de la casa de Nerón son todos ejemplos que lo prueban.

Usted podría decir: Si fuera tan santo sería distinto de los otros.  Yo le consteto:  “Lo sé bien.  Es sólo cómo debe ser.   ¡Los sirvientes verdaderos de Cristo siempre fueron distintos del mundo que los rodeaba –una nación separada, personas peculiares, y usted debe serlo también, si fuera salvo!”

Usted podría decir que a este costo muy pocos serán salvados.  Yo le contesto:  “Lo sé.  Eso es precisamente lo que nos fue dicho en el sermón del monte”.  El Señor Jesús dijo  ….: “Estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la vida y unos pocos serán los que la hallen” (Mat. 7:14).  Unos pocos serán salvados porque unos pocos se tomarán la molestia de buscar la salvación.  Los hombres no se negaran a sí mismos los placeres del pecado y su forma de ser por un rato.  Ellos volverán sus espaldas a “herencia incorruptible, pura, que no se desvanece”. y “No queréis venir a mí”, dice Jesús, “para que tengáis vida”. (Jn 5:40).

Usted podría decir que son palabras duras:  el camino es muy angosto.  Yo contesto:  “Yo lo sé.  Así lo dice el sermón del monte.   El Señor Jesús lo dijo así hace mucho tiempo atrás.   Él dijo siempre que los hombres debían tomar su cruz diariamente y que ellos debían estar preparados para cortarse su mano o su pie, si ellos eran sus discípulos.  Es en la religión y en otras cosas, no hay ganancia sin dolor.  Lo que nada cuesta, nada vale.

Author: westportexperiment

I am a minister serving Presbyterian Reformed Church of Rhode Island, with strong interest in the history, theory, and contemporary application of parochial church extension.

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